martes, 13 de septiembre de 2011

Constant Poyard

Aunque de origen francés, podemos contarlo entre nuestros escritores, porque vino a Salta a la edad de cinco años, donde sintió su primera inspiración literaria, manifestándola en prosa. La inquietud de su espíritu lo llevó a recorrer varios lugares, siendo en Buenos Aires donde fortaleció su pluma, formando parte en mesa de redacción de principales diarios. Después de haber estado alejado mucho tiempo, volvió a Salta, dedicándose al comercio en el cual formó su prestigio. No obstante la fatigosa tarea comercial, prosigue escribiendo algunas obras para publicarlas más tarde, las cuales cimentarán su prestigio como intelectual como su libro de cuentos ESPAMOS”, donde demostró el temple de su pluma. Otra producción poética de Poyard en nuestra ciudad fue escrita por el autor el jueves 08 de noviembre de 1923 y publicada dos días más tarde en Nueva Época. Se trata de “Abuelita, tu nieto te espera”, refiriéndose a la abuelita de su hijo, doña María de Santis de Maggi, natural en Cafayate, donde residió siempre, según la publicación del sábado 10 de noviembre del mismo año. Don Constant Poyard, entre sus escritos, dejó para el deleite de quienes seguimos y leído sus producciones, una joya literaria, Zingaresca, incluida en su biografía de mi autoría. A continuación se trascribe el cuento criollo, al que el autor denominó CASO PERDIDO”, publicado en agosto del año 1935 en el número extraordinario del diario MMMMMMMM

Caso perdido

Me muero hermano” exclamó de pronto Antonio Valladares tambaleándose como ebrio, mientras sus compañeros echaron a reír. “Que te vas a morir”, respondieron en coro, “lo que tenés es una quema loca”. Les juro”, articuló y parándose en seco batió los brazos y cayó entre uno que se encontraba más cerca. El grupo se asustó, llamaron un coche y lo trasladaron a un alojamiento.

Valladares era valiente, había llegado en esos días, dijo uno de ellos, tras de su peor es nada que se le había juido. Hacía varios días que vagaba en busca de ella, sin dar con su paradero y esta desazón lo tenía afiebrado y en una excitación nerviosa constante. Alojábase en las cercanías de la estación del ferrocarril en casa de unos paisanos suyos quienes le ayudaban buenamente en su búsqueda. Llegado que hubo el guapo, las mujeres comenzaron la cura, con tés de yuyos, fricciones, piedras calentadas al fuego, etcétera, en forma tan expedita que a la hora toda gravedad había ya desaparecido.

En ese instante penetró un individuo preguntando por él y a la estupefacción de todos, reconocieron al que le birló la dama. Lo apostrofaron, casi pasa un mal rato, pues se le fueron encima con ánimo de cascarlo, pero él los detuvo de un gesto, les habló quedo, dijo que la Ramona estaba en el hospital con puntada y que lo había mandado a verlo a Antonio porque se encontraba mal. Los semblantes se dulcificaron un tanto, “bueno dijeron, espérate ahí, le avisaremos”. Al rato volvieron: “Andate nomás, esta tarde hemos de ir a verla”.

Cuando supo el paradero de su compañera, Valladares sanó de pronto, se levantó, quería partir en el acto, sus amigos lo disuadieron, esperaron la tarde y una vez frente a Ramona, Antonio no hacía más que llorar, reprochándole su abandono. “Dejate de zoncear”, le dijo ella, lagrimeando también, “las cosas no están para llorar, arrímate. Yo me voy a morir, júrame que has de criar mis dos hijos, que no lo abandonarás”.

-No, no es cierto; vos no te vas a morir, me quieres hacer creer para que te perdone, pero yo ya no tengo rabia, en tu presencia yo no puedo enojarme: ¡Te quiero tanto Ramona y vos tan ingrata que has sido conmigo! Las lágrimas le corrían silenciosas y daba pena verlo.

-Sos zonzo Antonio, comenzó su compañera. Justo me trajo porque vos no quisiste atender mis ruegos; te pedí que viniéramos a la ciudad y vos te hacías el sordo, quería ver a mi hija tantos años ausentes, era un deseo loco que me entró0, no dormía pensando en ella, necesitaba verla, por eso cuando Justo se vino lo seguí. Aquí he sufrido mucho de tu silencio primero porque me maliciaba que estuvieras enojado y después del desprecio de mi hija que ni siquiera me atendió; estaba hecha una señorita, con zapatos de charol, la pollera a media pierna, hablando en difícil y bailando tangos en las chicherías los domingos. Justo me acompañó como buen hermano, te juro que me ha respetado como si fuera su mamá por defender mi hija, una noche lo aporrearon fiero hasta dejarlo muerto y cuidándolo a él me enfermé. El médico dice que estoy grave porque no siento dolor y yo tengo la seguridad Antonio de que voy a morirme, necesito tu perdón para que tata Dios no se enoje, te juro que digo la verdad.

Valladares seguía llorando, mordisqueando su acuyico sin atinar a hablar. De pronto se arrimó a ella y la abrazó largamente en silencio sin cesar de llorar. Después se instaló en una silla a su cabecera, despidió a sus amigos y quedó solo a cuidarla. “Yo ya no me voy Ramona; si te morís yo me he de morir también, así que tenés que hacer voluntad y ahuyentar la muerte. Recemos Ramona, ¡cruz diablo! La muerte no se ha de animar a entrar”.

Y esa noche pasó tranquila la enferma, durmió mucho, se despertó dos o tres veces pidiendo agua que Valladares le daba con toda solicitud. Al otro día el doctor la encontró mejor; comenzó a esputar sangre, un dolor intenso hacíala gemir continuamente, el facultativo cada vez más solícito, visitaba todos los días siempre acompañado de algún colega, ahí ambos discutían detalles, se engolaban en largas disertaciones científicas de las que nada comprendía Valladares, que los miraba con su cara de cocainómano, medio dormido…

Así pasó un mes hasta que un día le dieron de alta y salió del brazo de su Antonio, débil, exhausta, pero radiante de alegría. Valladares la contemplaba rumiando su acuyico filosóficamente de su estado interno. Ocho días después, partían al valle, a la querencia, como dos recién casados que van en viaje de boda.

Pascal Galatoire, audaz discriminador

“Coroneles de indios y oficiales mulatos”
Nada se conoce en Salta del francés Pascal Galatoire, avecindado en nuestro suelo en el año 1828, cuando mantuvo un serio incidente con el teniente Esteban Vera en una posada donde departían varios parroquianos vecinos de Cobos. El teniente Vera se presentó al lugar comunicándole a Galatoire, como a otros ciudadanos, que los jefes lo mandaban a citar”,a lo que espondió el francés de manera descomedida, primero, y marcadamente discriminatoria después: que citación, ni que citación” y respondió el teniente Vera que si los jefes lo mandaban a citar, había que ir”, y dijo Galatoire que se cagaba en el Coronel que lo mandaba y en todos los demás jefes; que él no reconocía jefes ninguno, y muchos menos coroneles de indios y oficiales mulatos.”
Por supuesto que el francés, reo en potencia, debió viajar a Salta capital detenido para ser juzgado por los términos agraviantes y peyorativos utilizados contra las autoridades militares destacadas en Cobos, departamento de Campo Santo. Los detalles del juicio iniciado contra Pascal Galatoire, a cargo de los testigos presenciales del hecho no lo favorecieron, ya que al final del entredicho, el francés terminó hiriendo con un sable al teniente Vera. Controvertida personalidad la del extranjero del cual se deduce su origen militar, determinado ello por la posesión del sable con el que produjo la herida al oficial Vera en un brazo. Y contaba con amistades de peso en nuestro medio, pero no existen evidencias de su quehacer en la provincia. Los detalles de la instrucción judicial, aportan otros datos sobre su persona.

El testimonio del mulato Vera
El miércoles 12 de noviembre de 1828 comparece Inocencio Vera, “moreno”, natural de Tucumán y residente en Cobos, para declarar cómo había sucedido lo del francés Galatoire y el teniente Esteban Vera: “Que hallándose por un tal Pastor, un sanjuanino que no conoce y Nicolás Ribero en la pulpería de Cobos de don Manuel Antonio Martínez, llegó el teniente que acababa de salir de casa del señor superior de recibir órdenes para alistar la partida a Salta y dijo que había muchos que citar, a lo que expresó el declarante que él estaba exceptuado por su fatiga anterior a lo que dijo el teniente al declarante que entonces con él no rezaba la orden.
Entonces tomó la palabra el francés y dijo al teniente “que citación, ni que citación” y contestó el teniente que si los jefes lo mandaban a citar, había que ir y dijo el francés “que se cagaba en el Coronel que lo mandaba y en todos los demás jefes; que él no reconocía jefes ninguno, y muchos menos coroneles de indios y oficiales mulatos a cuyas expresiones el teniente lo mandó reportar encarándosele al francés y entonces el francés lo agarró del pescuezo y cayeron los dos a tierra a lo que acudió el declarante y los demás y los separamos y en esto lo acometió el francés y le dio un puñete en el ojo y acosado el teniente le tiró una cuchillada de ancho al francés y entonces éste se retiró. Fue a su casa donde paraba y trajo un sable y le tiró un puntazo al teniente y lo hirió en el brazo. Que es cuanto ha visto y presenciado, que conoce al francés que precia por muy guapo y que es muy insultante y siempre dice que él no reconoce autoridades algunas y que también conoce al teniente Vera que es un oficial que jamás lo ha visto en riñas por ser muy medido aún con sus gauchos y leída que fue la declaración, dijo estar bien escrita, que no tenía que quitar ni añadir, que se ratificaba en ella, que es mayor de edad y no le comprenden las generales de la ley y prueba de ello que sabe firmar y prueba de ello hará una señal de la cruz. Ante mí y testigo, Francisco María Cornejo y Ciriaco Peralta.

La declaración de Nicolás Ribero

El mismo día declaró Nicolás Ribero y dijo que estaba durmiendo en la pulpería y que llegó a la mitad de la riña, por consiguiente ignora su principio y vio que a causa del alboroto el francés le dio un puñete en el ojo al teniente y a consecuencia lo agarró del pescuezo a lo que acudió el declarante con el moreno Inocencio Vera, alias “Agua bendita”, y los separaron. El francés se fue y volvió con un sable y le tiró al teniente un hachazo y una estocada, a lo que de nuevo acudió el declarante, lo separó al francés entonces. El teniente suplicó al pulpero le pusiese un parte al coronel, y vino el francés y dijo que era cierto que lo había dicho y se ratificaba en que no obedecía a jefes indios ni mulatos; que conoce al francés por un hombre muy mal hablado e insultante, que con todos anda riñendo siempre, que conoce al teniente Vera, que no le ha visto ni oído fama de hombre que haya reñido, que por no saber firmar hace una señal de la cruz.
 
La exposición de Manuel Martínez

El otro declarante, Manuel Antonio Martínez, dijo que llegó el teniente con orden de sus jefes; el moreno Inocencio Vera dijo que “él ya había hecho su fatiga”, entonces tomó la palabra el francés y dijo “que citación ni citación” y le dijo el teniente que sus jefes “lo mandarían citar a él también”, a lo que respondió el francés que se cagaba en el Coronel y en todos los demás jefes, que él no reconocía jefes de indios y mulatos y que se cagaba en todos ellos. Firmaron Francisco María Cornejo, Manuel Antonio Martínez y los testigos Ciriaco Peralta y Roque Castillo. Al día siguiente, jueves 13, el francés Pasqual Galatoire fue detenido y remitido a Salta. Con este motivo al dirigirme al Juez General y al señor Capitán General de la Provincia, saludos.” Francisco María Cornejo. Con fecha 17 de noviembre se emitió esta declaración: “Asegurándose en la causa de 1ª Instancia al sumariado Pasqual Galatoire, pásese el sumario a conocimiento del Juzgado de 2ª Elección. Doctor Pedro Buitrago.”
Galatoire niega las acusaciones


Señor Juez de Segunda Elección: “Pascal Galatoire de nacionalidad francés residente en esta Provincia ante U. con todo respeto digo: que el 13 del corrientes fui conducido en calidad de preso a esta ciudad por orden del Coronel Francisco María Cornejo. El señor Gobernador y Capitán General tuvo a bien destinarme a la Guardia de Prevención donde hasta el día de hoy me hallo arrestado, sin saber las causas que hayan motivado mi arresto, pero sin duda debe haberlo ocasionado una riña que tuve en el punto de Cobos con un oficial de Gauchos de aquel Escuadrón.

“El predicho Oficial cuyo nombre ignoro, se asomó a una pulpería donde la casualidad de recoger unos barriles me condujo, tomamos con él un poco de Aguardiente, y se trabó una riña de palabras entre ambos, de cuyo resultado fue anticipándome un gran bofetón; al verme tan atrozmente infamado, no pude menos señor Alcalde de darle en recompensa un golpe con mis manos, pero sin que ambos hubiésemos padecido lesión. En este estado se concluyó la riña, retirándonos ambos a nuestro destino, pero habiendo informado, sin duda al señor Coronel el referido oficial lo que su resentimiento le ha sugerido determinó el dicho señor Coronel mi remisión esta ciudad con un grande aparato donde permanezco arrestado, pasando las necesidades consiguientes a un extranjero sin recurso y sin relaciones.

“Estoy sujeto señor Alcalde a las leyes y a su nota y aunque hasta el día nada se me ha hecho saber de la causa de mi prisión de ocurrir a la integridad de U. a efecto que se sirva ordenar mi libertad a virtud de la fianza de HAZ que prometo presentar como presento a Don Eusevio de los Santos hasta tanto se organice la causa que seguramente entiendo se me quiere levantar. Por tanto pido y suplico se sirva prover y mandar como solicito justo lo necesario en Derecho. Pascal Galatoire.
Libre bajo fianza, pero prosigue el juicio

-Campo Santo, 13-11-1828. Ayer remití a V. S. al francés Pascual Galatoire por queja del oficial don Esteban Vera quien quedó impedido de marchar con la partida a esa de Salta, a causa del suceso del 11, acaecido en circunstancias de desempeñar las órdenes de sus jefes. Ahora acompaño el sumario que prometí a V. S. despachar con la posible brevedad para que a cuita de él V. S. con la prudencia que le es característica juzgue lo que más estime conveniente. Con este motivo al dirigirme el Juez General al Señor Capitán General de la provincia se complace ofrecer las consideraciones de su más profundo respeto. Francisco María Cornejo.
-17-11-1828. Señor Gobernador y Capitán General doctor don José Santiago Gorriti. Asegurándose en la casa de Justicia al sumariado Pascual Galatoire, pásese el sumario que acaba de recibir, al Juzgado de 2ª sección. Gorriti = Doctor Buitrago.
-18-11-1828. Háse por admitida la fianza y otorgada que sea en forma póngase en libertad al ocurrente, sin perjuicio de la prosecución de la causa. Toribio Tedín = Cabrera, ante mí Mariano Nicolás Valda.
-En dicho día hice presente el pedimento y decreto que antecede a Don Eusebio de los Santos, que impuesto se constituyó en fiador del presentante, y se obligó a entregarlo siempre que el Señor Juez de la causa se lo ordenare, para cuya seguridad se obliga con sus bienes habidos y por haber bastante forma y lo firmo, de que doy fe. Eusebio de los Santos = Mariano Nicolás Valda.
Hasta aquí el contenido del expediente existente con este caso de discriminación al ejército y agresión física del francés Pascal Galatoire al teniente Esteban Vera. ¿Habrá sido sancionado por su conducta irregular Galatoire? Es la gran incógnita de este presente.

Ilustraciones:

1- Un gaucho mulato bebiendo en un bar de la campaña salteña. (Víctor L. Rebuffo)

2- El fuerte de Cobos, conocido antes como Fuerte de Nuestra Señora de Santa Ana y también Castillejo. (Colección R. Vitry)

3 - La firma del francés Pascal Galatoire. (Expediente Archivo Histórico Salta)

4 – Una representación de oficiales mulatos e indios. (Colección R. Vitry)